Nino Bravo: «Nadie es el número uno; no existe»

Empezamos hablando de tonterías, de los últimos álbumes, de música, de su nuevo disco, y terminamos hablando de Dios.
   Hubo, quizá, cuatro horas de charla, más que de conversación. O no se sabe realmente lo que fue. No tomó cosas. No hubo esa decisión formal de entrevista ajustada a lo previsto, a «yo te pregunto y tú contestas«, «cuidado con la respuesta«, «la pregunta es para molestar un poco«, «no hay esta intención«.
   Quizá porque fue todo un poco improvisado, a lo que saliera, sin estar más o menos en guardia, sin que ahora tenga notas que repasar o seguir, sin que tenga tampoco que ser obligatoriamente elogiosa, o hiriente, o fría, o molesta, la charla haya sido bastante espontánea, dentro de las inevitables sofisticaciones y tópicas posturas a las que nos vemos obligados por ejercer este bonito oficio de aprender a vivir.
   Puede que sea más fácil decirlo que sentirlo. Pero intentaré decir lo que siento.
   No conocía de nada a Nino Bravo. Creo que, en general, se le conoce poco. Es también una impresión. Quiero decir que no se le tropieza con facilidad por los sitios de siempre, que no está al alcance de la mano para el recurso de una entrevista para llenar un hueco, una invitación para dar relación de caras conocidas, o una pregunta para una encuesta.
   Hay que llamarle ex profeso para que venga. Nino vive en Valencia, se pasa en Madrid unos días al mes, cuando lo necesitas, cuando mueve un disco, cuando hace unas actuaciones o cuando graba. Se descentralizó en Valencia y allí tiene su propia oficina de contratación, su «manager», sus amigos, su casa, su mujer y su hija. Supongo también que desde allí tendrá otra perspectiva, quizá más objetiva, de lo que es la música, su mundo y sus circunstancias.
   Teníamos que hacer esto, charlar, y se vino un día por la mañana, en un avión, con su «manager», y se fue de madrugada en «el golfo». «El golfo» es el avión trasnochador que sale de Madrid a las dos de la mañana.
   Su «manager» es, además, amigo desde hace años; se llama Vicente, lleva pulsera de oro en la mano derecha, anillo en el dedo meñique con una V, tiene un gran sentido del humor y le gusta intervenir en la charla constantemente. Me pareció un gran tipo, que hace amena una comida, que tiene la frase justa en muchos casos, que está compenetrado con el cantante.
   No conocía de nada a Nino Bravo. Bueno, sólo un poco. Le recuerdo cuando llegó de Valencia, hace ya unos tres años, con su primer disco debajo del brazo. Cantaba temas de Manuel Alejandro, que acababa de romper con Raphael. Medio en serio, medio en broma, le llamamos todos «Raphaelino» o algo así. Y Nino se enfadó un poco.
   Luego no volví a hablar con él. Le vi actuar una vez. Fue en J.J., cuando el dichoso «Pasaporte a Dublín«, cuando estaba en pleno «boom» con su «Te quiero, te quiero«, de Algueró, que fue una canción hecha para Lola Flores. Eso me dijo Nino en esta charla.
   -La cantó Lola Flores en una película que rodó hace muchos años en Buenos Aires. La cantaba a su aire, a su aire flamenco.
   Luego, la grabó Raphael, en París, con Algueró, cuando Raphael no era de ninguna casa de discos, cuando los proglemas de los pleitos. La canción se quedó en el cajón del olvido, y la sacó un día Algueró para Nino. El resto ya se sabe.
   Aquella actuación de J.J. fue más bien nefasta, de recuerdo no muy agradable. Supongo que también para Nino.
   -Hombre, aquello fue como un accidente. No tuve tiempo de ensayar, porque grababa en Televisión y tenía mucho trabajo. El grupo que me acompañó no estaba nada compenetrado con mis canciones y con mi estilo, ensayamos sólo dos días.
   -¿Y por qué hiciste esa presentación?
   -Pues, como tú tendrás que hacer cosas que no te gustan. Surgió el contrato y en aquel momento me interesó.
   -¿Sigues quedando tan mal en público?
   -¿Cómo? Pregunta a cualquiera que me haya visto. Son los mismos músicos, pero ahora no tienen nada que ver con aquella actuación. Ni yo tampoco. No creo que nadie dude que sé cantar, que canto y que quedo siempre bien.
   Comimos en un restaurante chino. Llegó, a los postres, otro valenciano, que casi está olvidado: Bruno Lomas. Venía de grabar su nuevo disco, después de dos años de silencio. Bruno es un tipo muy divertido, que interrumpió con sus bromas y sus chistes lo que íbamos hilando poco a poco. Luego, nos fuimos a la radio para hablar con otro valenciano que ejerce: Joaquín Prat. Unas copas, algún café, y más vueltas a las cosas. Ya no sé cuándo las dijo Nino, cuándo pregunté yo, cuándo lo hizo él.

CANTAR

   Cuando hablamos de su voz, de esa exhibición constante de facultades, hubo división de opiniones. La suya y la mía. No dudo de la voz de Nino Bravo porque no estoy sordo. Pero, ¿no ejerce demasiado? Quiero decir que si no procura que se note siempre que tiene mucha voz.
   -Mira, yo hace muchos años que canto. ¿Cuántos son? Pues… tengo veintisiete, y hace lo menos diez que ya ando por ahí. Hace mucho, mucho tiempo, pude grabar con Hispavox. Querían que grabase solo, pero yo quise hacerlo con un grupo de Valencia, por eso de la amistad. O todos o ninguno. Luego, me di cuenta de que no había tenido yo razón. Fui a la «mili», y, después de dos años de parón, me planteé el problema de todo el mundo. ¿Qué hago ahora? Había hecho un poco de todo. Fui barman, trabajé en el campo; nunca se me cayeron los anillos. ¿Era mejor coger un puesto cómodo, de representante de algo? A lo mejor, sí. Y un día, un amigo me hizo escuchar un montón de discos. Tomamos unas copas, y quedó decidido mi futuro. Sería cantante.
   -Y salió Tom Jones y su escuela, y entonces no te costó trabajo grabar…
   -Creo que no tiene nada que ver todo eso en mi carrera. Yo siempre canté así. Ni imito a nadie ni he cambiado mi voz porque había una moda. Yo hasta di clases de canto y hasta me propusieron cantar ópera y zarzuela. Si te fijas, es lógico que Kraus tenga un estilo parecido al de Mario Lanza…
   -Bien, bien… pero no son sus voces muy similares. Quiero decir que yo oigo a Kraus y en seguida le reconozco. Con vosotros, ya no es lo mismo. Ahora, con lo de Marcos y Juan Manuel, ya no se sabe quién imita a quién, y quién es el que canta.
   -Me parece que estos dos sí se parecen a Tom Jones o a Humperdinck. Pero yo, no. Cuando lo del pasaporte de Televisión, grabé una canción de Tom Jones, y te juro que no se parece nada. Yo sí tuve un problema de salida al querer compararme la gente con otros, y no con Tom Jones. Bueno, fue un arma de dos filos. Lo cierto es que se creó un ambiente. Ahora, ya nadie tiene dudas, Nino Bravo tiene su personalidad. Sí, sí… En América me presentaron como el Tom Jones español. Pero eso es sólo la presentación. No hay imitaciones.
   -¿Exhibes o no tu voz, venga o no venga a cuento?
   -Hombre, en «Noelia» doy un grito, pero está cantada a medio tono, en voz baja. A mí me gusta variar, no repetir el numerito en cada canción, porque eso es encasillarse. Pero algo siempre tienes que hacer, porque, si no…, ¿qué queda de Nino Bravo en un disco? Si yo dijera cosas tópicas y trasnochadas como hacen otros, que precisamente se escudan en eso porque no saben cantar o no pueden, sería otra cosa. Yo, sobre todo, canto. Unas veces más que otras, en tonos más altos y menos altos. Depende de la canción.
   -Canciones que, al no hacer tú, están hechas a tu medida. ¿Las eliges sólo para que se vea que cantas mucho, que tienes muy buena voz?
   -No, no… Yo elijo la canción por su calidad. Por lo que diga, por la música. Casi nunca pienso en mí, en mi exhibición. Me llevo muy bien con todos los compositores, tengo muchos amigos. Les digo que hagan cosas para mí. No sé si ellos piensan en mi voz. Pero, a la hora de elegir, eso es lo de menos. Me fijo exclusivamente en la canción. En si me gusta o no, en si es buena o mala. Y sin tener en cuenta el autor. 
   -¿Así hiciste con este nuevo LP que acaba de salir?
   -Sí, sí. Eso hice. Tenía por lo menos cuarenta temas. Escritos para mí y escritos para otros. Soy yo mismo quien hace la selección final, aunque a veces me equivoque. Pero también se equivocan los demás. Fíjate lo que pasó con «Noelia». Yo quería que fuese cara «A» y por culpa de «Mi gran amor» no triunfó del todo. Se desconcertó la gente con primero una, luego la otra, y, al final, el perjudicado fui yo.
   -¿Cuándo grabaste ese LP?
   -Hace ya algunos meses. A todo correr, en tres días, porque había prisa. Fue antes de mi gira por América. Tenía que sacar inmediatamente un nuevo disco, y luego tardó no sé cuánto tiempo en salir. Cuando había que elegir un «single», me dijeron que tenía que volver a grabar más temas, porque no se venía ninguno claro. Yo dije en mi casa de discos que había cuatro o cinco que podían pegar. Mi favorita era «Un beso y una flor». Y así se hizo.
   -¿Tienes problemas con tu casa de discos?
   -Todos tenemos problemas con todo. Nunca se está satisfecho. Yo, ni conmigo mismo, ni con mi trabajo, ni con el trabajo de los demás. ¿No es lógico? Tengo libertad, bastante libertad, para elegir, grabar… Se portan muy bien conmigo, se preocupan de lo que hago, me promocionan…, pero siempre hay problemas.
   -¿Quizá el de tu lanzamiento internacional prometido, que nunca llega?
   -Bueno, eso es ya un poco tópico. Tengo hasta un productor que está dispuesto a que grabe para mi lanzamiento en Europa, lo que quiere decir que confían en mí. Pero lo quiere hacer mi casa de discos.
   -Nino, si llega ese lanzamiento… ¿no serás siempre para los ingleses un sucedáneo de Tom Jones y, además, extranjero?
   -No tengo miedo a eso. Lo mismo se podía decir de Humperdinck o John Rowles. Y ahí están. No creo que pase eso. Si lo creyera alguien, no habría ese interés por mi lanzamiento. Tampoco me quita el sueño, porque tengo trabajo suficiente en el mercado de habla hispana, y porque sigo vendiendo discos. Y aunque no los vendiera, seguiría trabajando igual. Me gusta cantar más que nada en este mundo, y siempre hay trabajo.
   -¿Qué haces con el dinero?
   -¿Qué dinero? Todo el mundo cree que gano esto y lo otro. Se gana mucho menos de lo que la gente piensa. Mucho menos. Te da para vivir bien, y poco más. En cuanto tenga dinero, pienso montar una discoteca en Valencia. Una buena discoteca.

VIDA PRIVADA

   No recuerdo cómo empezamos a hablar de vidas privadas. De fama, publicidad y derechos de intromisión. ¡Ah!, quizá porque hay detrás de todo el falso brillo una parte más oscura, pero más verdadera. Y a la que es difícil llegar. Nino no está de acuerdo con que nadie se meta en su vida privada. Derecho que yo respeto con todos mis respetos.
   -Nino Bravo se acaba cuando acaba de cantar. Si conocen al otro, se pierde el misterio. Son dos cosas muy distintas, que procuro diferenciar muy bien.
   -Pero… ¿no crees que se agradece que te conozcan, que conozcan al verdadero Nino, al que hay detrás de unas canciones y un éxito?
   -Eso sólo me pertenece a mí. Tú, ¿por qué trabajas?
   -Hombre, porque no tengo más remedio. Y porque me gusta. Al menos, me gusta trabajar en esto. Si no, tendría otra profesión.
   -Pero…, ¿no te quieres hacer popular…, hacer entrevistas quisquillosas para hacerte popular?
   -Qué va, Nino. Eso lo hacen algunos. Pero luego se vive muy mal, es muy incómodo ser popular. Eso es lo que pienso yo. Compadezco un poco a los que tienen que adoptar siempre una «pose» de famoso. Yo, cuando hago una entrevista, procuro acercar lo más posible el personaje a la gente. Pero el verdadero personaje. El otro está ahí, a la vista, al alcance de cualqueira. Pienso que ese acercamiento se agradece… ¿no?
   -Pero tú no puedes conocerme por una entrevista, por unas horas de conversación.
   -Bueno, sí y no. A lo mejor, bastan dos minutos para conocer a una persona. A veces, hace falta toda una vida. Depende.
   -Yo me conozco muy bien, sé muy bien cómo soy. Pero los demás no pueden saber cómo soy. Aunque vivan conmigo mucho tiempo, siempre hay algo muy dentro de uno que sale inesperadamente. Yo sí sé cómo voy a reaccionar ante una situación, pero los demás, no.
   -Hombre, yo no pretendo tanto. Quiero decir que no me importa tanto. Pero llega un momento en que dejáis de ser un poco vosotros, para ser parte de la gente, para compartir bastante hasta vuestra intimidad. Vuestra casa, vuestros hijos… Hasta vuestras canciones no son vuestras -como no es mía esta entrevista-, sino de dominio público.
   -Pero tengo derecho a guardar mi vida privada de la curiosidad.
   -Sí, sí… Yo vi que te hacías fotos con tu niña, que hubo fotos de tu boda, que cualquier día saldrá tu casa… ¿No te contradices un poco?
   -Es distinto. Yo quería una boda sin nadie, y no lo pude evitar. Cuando nació mi niña, quise que se enteraran todos, mis amigos, la gente que me quiere un poco. Mi hija es otra cosa.
   -¿Pero cómo eres tú?
   -Una persona completamente normal, como cualquiera. Quizá un poco introvertido, y sincero siempre que puedo. A veces, no podemos serlo del todo, por una serie de condicionamientos, porque tenemos que vivir con los demás. ¿Y sabes por qué soy normal, como cualquiera? Pues porque a mí no me importaría dedicarme a otra cosa si dejo esto. Ni se me ha subido a la cabeza ni me pasaría nada si volviera a cavar y arar el campo.
   -¿Estabas preparado para asimilar bien todo esto que va implícito en el triunfo, el halago y la vanidad?
   -Quizá sí. Quizá por eso soy sincero, normal.
   -Pero he oido por ahí que eres un presumido, un engreído. Que no hay quien te aguante.
   -¿Quién ha dicho eso?
   -No lo sé. Son comentarios.
   -Entonces no me vale. Dime nombres. Nadie ha podido decir eso, porque es mentira. Mira, yo me porto tal como soy. Entonces, para unos seré engreído. Para otros, estupendo. Y términos medios tendrás los que quieras. Yo no he cambiado nada, no me ha cambiado todo esto. Te lo digo con toda sinceridad, con el alma en la mano. Ahora, el que lo creas tú o lo crean los demás es otro problema. En cualquier caso, no es mi problema.
   -¿Te has preguntado alguna vez qué haces en esta vida?
   -Pues, como tú, vivir. ¿Te parece poco? Quiero vivir mucho, y vivir tranquilo conmigo mismo. Yo no predico con mensajes como hacen otros. Mensajes tópicos y trasnochados, que luego la gente cree sinceros. Bueno, no toda la gente. Yo también podría hacer esas canciones. Tengo muchas compuestas, y te aseguro que es muy fácil.
   -A lo mejor tienes miedo al ridículo…
   -No, no es eso. Otros no lo tienen.
   -O a lo mejor son muy malas…
   -Eso lo dirás tú.
   -No, no… Digo a lo mejor, porque no las conozco.
   -El problema no es eso. Predican unas cosas y luego hacen todo lo contrario. Yo prefiero no predicar nada, y servir de ejemplo. Procuro que mi vida, precisamente la privada, sea un ejemplo. Un ejemplo de conducta recta, de perfeccionamiento, de honradez. No sé si lo estoy consiguiendo, si es realmente así, pero eso es lo que intento. Esa es mi política, y no ser de derechas, de izquierdas o del centro. Claro que a lo mejor esto es mucho más difícil que lo otro.
   -Pero ¿no te crees el número uno?
   -Yo he dicho que por encima de mí no está nadie.
   -Nino, estás casi empezando. Sólo has tenido un par de discos de éxito…
   -Yo te digo que no hay números unos. Que no existen. Sólo hay un número uno: Dios. Y es un ideal que no se puede comparar con nadie. Los demás estamos al mismo nivel. A mí me dijeron cuando empecé a grabar discos que yo tenía que subir para que bajase otro. Yo llegué y no bajó nadie. Quiero decir que no ha cambiado nada, que todos están en su sitio , que hay sitio para todos, para muchos más.
   No sé si habrá quedado algo en el tintero. Entre líneas, muchas cosas. No soy nadie para juzgar a Nino, ni pontificar sobre su vida, su sinceridad y si tiene razón. Que triunfe con «Un beso y una flor» es lógico, porque le sonríe el éxito. Si es sincero, si después de leer esto cambia alguien de opinión, es algo muy subjetivo. Las conclusiones, al final. Como en el balance de una vida. Como cuando cae el telón. Aquí se insinuaron una serie de temas y de cosas para que juzgue cada uno a su manera. Sólo sé que soy ya un poco amigo de Nino Bravo.

Empezamos hablando de tonterías, de los últimos álbumes, de música, de su nuevo disco, y terminamos hablando de Dios.
   Hubo, quizá, cuatro horas de charla, más que de conversación. O no se sabe realmente lo que fue. No tomó cosas. No hubo esa decisión formal de entrevista ajustada a lo previsto, a «yo te pregunto y tú contestas«, «cuidado con la respuesta«, «la pregunta es para molestar un poco«, «no hay esta intención«.
   Quizá porque fue todo un poco improvisado, a lo que saliera, sin estar más o menos en guardia, sin que ahora tenga notas que repasar o seguir, sin que tenga tampoco que ser obligatoriamente elogiosa, o hiriente, o fría, o molesta, la charla haya sido bastante espontánea, dentro de las inevitables sofisticaciones y tópicas posturas a las que nos vemos obligados por ejercer este bonito oficio de aprender a vivir.
   Puede que sea más fácil decirlo que sentirlo. Pero intentaré decir lo que siento.
   No conocía de nada a Nino Bravo. Creo que, en general, se le conoce poco. Es también una impresión. Quiero decir que no se le tropieza con facilidad por los sitios de siempre, que no está al alcance de la mano para el recurso de una entrevista para llenar un hueco, una invitación para dar relación de caras conocidas, o una pregunta para una encuesta.
   Hay que llamarle ex profeso para que venga. Nino vive en Valencia, se pasa en Madrid unos días al mes, cuando lo necesitas, cuando mueve un disco, cuando hace unas actuaciones o cuando graba. Se descentralizó en Valencia y allí tiene su propia oficina de contratación, su «manager», sus amigos, su casa, su mujer y su hija. Supongo también que desde allí tendrá otra perspectiva, quizá más objetiva, de lo que es la música, su mundo y sus circunstancias.
   Teníamos que hacer esto, charlar, y se vino un día por la mañana, en un avión, con su «manager», y se fue de madrugada en «el golfo». «El golfo» es el avión trasnochador que sale de Madrid a las dos de la mañana.
   Su «manager» es, además, amigo desde hace años; se llama Vicente, lleva pulsera de oro en la mano derecha, anillo en el dedo meñique con una V, tiene un gran sentido del humor y le gusta intervenir en la charla constantemente. Me pareció un gran tipo, que hace amena una comida, que tiene la frase justa en muchos casos, que está compenetrado con el cantante.
   No conocía de nada a Nino Bravo. Bueno, sólo un poco. Le recuerdo cuando llegó de Valencia, hace ya unos tres años, con su primer disco debajo del brazo. Cantaba temas de Manuel Alejandro, que acababa de romper con Raphael. Medio en serio, medio en broma, le llamamos todos «Raphaelino» o algo así. Y Nino se enfadó un poco.
   Luego no volví a hablar con él. Le vi actuar una vez. Fue en J.J., cuando el dichoso «Pasaporte a Dublín«, cuando estaba en pleno «boom» con su «Te quiero, te quiero«, de Algueró, que fue una canción hecha para Lola Flores. Eso me dijo Nino en esta charla.
   -La cantó Lola Flores en una película que rodó hace muchos años en Buenos Aires. La cantaba a su aire, a su aire flamenco.
   Luego, la grabó Raphael, en París, con Algueró, cuando Raphael no era de ninguna casa de discos, cuando los proglemas de los pleitos. La canción se quedó en el cajón del olvido, y la sacó un día Algueró para Nino. El resto ya se sabe.
   Aquella actuación de J.J. fue más bien nefasta, de recuerdo no muy agradable. Supongo que también para Nino.
   -Hombre, aquello fue como un accidente. No tuve tiempo de ensayar, porque grababa en Televisión y tenía mucho trabajo. El grupo que me acompañó no estaba nada compenetrado con mis canciones y con mi estilo, ensayamos sólo dos días.
   -¿Y por qué hiciste esa presentación?
   -Pues, como tú tendrás que hacer cosas que no te gustan. Surgió el contrato y en aquel momento me interesó.
   -¿Sigues quedando tan mal en público?
   -¿Cómo? Pregunta a cualquiera que me haya visto. Son los mismos músicos, pero ahora no tienen nada que ver con aquella actuación. Ni yo tampoco. No creo que nadie dude que sé cantar, que canto y que quedo siempre bien.
   Comimos en un restaurante chino. Llegó, a los postres, otro valenciano, que casi está olvidado: Bruno Lomas. Venía de grabar su nuevo disco, después de dos años de silencio. Bruno es un tipo muy divertido, que interrumpió con sus bromas y sus chistes lo que íbamos hilando poco a poco. Luego, nos fuimos a la radio para hablar con otro valenciano que ejerce: Joaquín Prat. Unas copas, algún café, y más vueltas a las cosas. Ya no sé cuándo las dijo Nino, cuándo pregunté yo, cuándo lo hizo él.

CANTAR

   Cuando hablamos de su voz, de esa exhibición constante de facultades, hubo división de opiniones. La suya y la mía. No dudo de la voz de Nino Bravo porque no estoy sordo. Pero, ¿no ejerce demasiado? Quiero decir que si no procura que se note siempre que tiene mucha voz.
   -Mira, yo hace muchos años que canto. ¿Cuántos son? Pues… tengo veintisiete, y hace lo menos diez que ya ando por ahí. Hace mucho, mucho tiempo, pude grabar con Hispavox. Querían que grabase solo, pero yo quise hacerlo con un grupo de Valencia, por eso de la amistad. O todos o ninguno. Luego, me di cuenta de que no había tenido yo razón. Fui a la «mili», y, después de dos años de parón, me planteé el problema de todo el mundo. ¿Qué hago ahora? Había hecho un poco de todo. Fui barman, trabajé en el campo; nunca se me cayeron los anillos. ¿Era mejor coger un puesto cómodo, de representante de algo? A lo mejor, sí. Y un día, un amigo me hizo escuchar un montón de discos. Tomamos unas copas, y quedó decidido mi futuro. Sería cantante.
   -Y salió Tom Jones y su escuela, y entonces no te costó trabajo grabar…
   -Creo que no tiene nada que ver todo eso en mi carrera. Yo siempre canté así. Ni imito a nadie ni he cambiado mi voz porque había una moda. Yo hasta di clases de canto y hasta me propusieron cantar ópera y zarzuela. Si te fijas, es lógico que Kraus tenga un estilo parecido al de Mario Lanza…
   -Bien, bien… pero no son sus voces muy similares. Quiero decir que yo oigo a Kraus y en seguida le reconozco. Con vosotros, ya no es lo mismo. Ahora, con lo de Marcos y Juan Manuel, ya no se sabe quién imita a quién, y quién es el que canta.
   -Me parece que estos dos sí se parecen a Tom Jones o a Humperdinck. Pero yo, no. Cuando lo del pasaporte de Televisión, grabé una canción de Tom Jones, y te juro que no se parece nada. Yo sí tuve un problema de salida al querer compararme la gente con otros, y no con Tom Jones. Bueno, fue un arma de dos filos. Lo cierto es que se creó un ambiente. Ahora, ya nadie tiene dudas, Nino Bravo tiene su personalidad. Sí, sí… En América me presentaron como el Tom Jones español. Pero eso es sólo la presentación. No hay imitaciones.
   -¿Exhibes o no tu voz, venga o no venga a cuento?
   -Hombre, en «Noelia» doy un grito, pero está cantada a medio tono, en voz baja. A mí me gusta variar, no repetir el numerito en cada canción, porque eso es encasillarse. Pero algo siempre tienes que hacer, porque, si no…, ¿qué queda de Nino Bravo en un disco? Si yo dijera cosas tópicas y trasnochadas como hacen otros, que precisamente se escudan en eso porque no saben cantar o no pueden, sería otra cosa. Yo, sobre todo, canto. Unas veces más que otras, en tonos más altos y menos altos. Depende de la canción.
   -Canciones que, al no hacer tú, están hechas a tu medida. ¿Las eliges sólo para que se vea que cantas mucho, que tienes muy buena voz?
   -No, no… Yo elijo la canción por su calidad. Por lo que diga, por la música. Casi nunca pienso en mí, en mi exhibición. Me llevo muy bien con todos los compositores, tengo muchos amigos. Les digo que hagan cosas para mí. No sé si ellos piensan en mi voz. Pero, a la hora de elegir, eso es lo de menos. Me fijo exclusivamente en la canción. En si me gusta o no, en si es buena o mala. Y sin tener en cuenta el autor. 
   -¿Así hiciste con este nuevo LP que acaba de salir?
   -Sí, sí. Eso hice. Tenía por lo menos cuarenta temas. Escritos para mí y escritos para otros. Soy yo mismo quien hace la selección final, aunque a veces me equivoque. Pero también se equivocan los demás. Fíjate lo que pasó con «Noelia». Yo quería que fuese cara «A» y por culpa de «Mi gran amor» no triunfó del todo. Se desconcertó la gente con primero una, luego la otra, y, al final, el perjudicado fui yo.
   -¿Cuándo grabaste ese LP?
   -Hace ya algunos meses. A todo correr, en tres días, porque había prisa. Fue antes de mi gira por América. Tenía que sacar inmediatamente un nuevo disco, y luego tardó no sé cuánto tiempo en salir. Cuando había que elegir un «single», me dijeron que tenía que volver a grabar más temas, porque no se venía ninguno claro. Yo dije en mi casa de discos que había cuatro o cinco que podían pegar. Mi favorita era «Un beso y una flor». Y así se hizo.
   -¿Tienes problemas con tu casa de discos?
   -Todos tenemos problemas con todo. Nunca se está satisfecho. Yo, ni conmigo mismo, ni con mi trabajo, ni con el trabajo de los demás. ¿No es lógico? Tengo libertad, bastante libertad, para elegir, grabar… Se portan muy bien conmigo, se preocupan de lo que hago, me promocionan…, pero siempre hay problemas.
   -¿Quizá el de tu lanzamiento internacional prometido, que nunca llega?
   -Bueno, eso es ya un poco tópico. Tengo hasta un productor que está dispuesto a que grabe para mi lanzamiento en Europa, lo que quiere decir que confían en mí. Pero lo quiere hacer mi casa de discos.
   -Nino, si llega ese lanzamiento… ¿no serás siempre para los ingleses un sucedáneo de Tom Jones y, además, extranjero?
   -No tengo miedo a eso. Lo mismo se podía decir de Humperdinck o John Rowles. Y ahí están. No creo que pase eso. Si lo creyera alguien, no habría ese interés por mi lanzamiento. Tampoco me quita el sueño, porque tengo trabajo suficiente en el mercado de habla hispana, y porque sigo vendiendo discos. Y aunque no los vendiera, seguiría trabajando igual. Me gusta cantar más que nada en este mundo, y siempre hay trabajo.
   -¿Qué haces con el dinero?
   -¿Qué dinero? Todo el mundo cree que gano esto y lo otro. Se gana mucho menos de lo que la gente piensa. Mucho menos. Te da para vivir bien, y poco más. En cuanto tenga dinero, pienso montar una discoteca en Valencia. Una buena discoteca.

VIDA PRIVADA

   No recuerdo cómo empezamos a hablar de vidas privadas. De fama, publicidad y derechos de intromisión. ¡Ah!, quizá porque hay detrás de todo el falso brillo una parte más oscura, pero más verdadera. Y a la que es difícil llegar. Nino no está de acuerdo con que nadie se meta en su vida privada. Derecho que yo respeto con todos mis respetos.
   -Nino Bravo se acaba cuando acaba de cantar. Si conocen al otro, se pierde el misterio. Son dos cosas muy distintas, que procuro diferenciar muy bien.
   -Pero… ¿no crees que se agradece que te conozcan, que conozcan al verdadero Nino, al que hay detrás de unas canciones y un éxito?
   -Eso sólo me pertenece a mí. Tú, ¿por qué trabajas?
   -Hombre, porque no tengo más remedio. Y porque me gusta. Al menos, me gusta trabajar en esto. Si no, tendría otra profesión.
   -Pero…, ¿no te quieres hacer popular…, hacer entrevistas quisquillosas para hacerte popular?
   -Qué va, Nino. Eso lo hacen algunos. Pero luego se vive muy mal, es muy incómodo ser popular. Eso es lo que pienso yo. Compadezco un poco a los que tienen que adoptar siempre una «pose» de famoso. Yo, cuando hago una entrevista, procuro acercar lo más posible el personaje a la gente. Pero el verdadero personaje. El otro está ahí, a la vista, al alcance de cualqueira. Pienso que ese acercamiento se agradece… ¿no?
   -Pero tú no puedes conocerme por una entrevista, por unas horas de conversación.
   -Bueno, sí y no. A lo mejor, bastan dos minutos para conocer a una persona. A veces, hace falta toda una vida. Depende.
   -Yo me conozco muy bien, sé muy bien cómo soy. Pero los demás no pueden saber cómo soy. Aunque vivan conmigo mucho tiempo, siempre hay algo muy dentro de uno que sale inesperadamente. Yo sí sé cómo voy a reaccionar ante una situación, pero los demás, no.
   -Hombre, yo no pretendo tanto. Quiero decir que no me importa tanto. Pero llega un momento en que dejáis de ser un poco vosotros, para ser parte de la gente, para compartir bastante hasta vuestra intimidad. Vuestra casa, vuestros hijos… Hasta vuestras canciones no son vuestras -como no es mía esta entrevista-, sino de dominio público.
   -Pero tengo derecho a guardar mi vida privada de la curiosidad.
   -Sí, sí… Yo vi que te hacías fotos con tu niña, que hubo fotos de tu boda, que cualquier día saldrá tu casa… ¿No te contradices un poco?
   -Es distinto. Yo quería una boda sin nadie, y no lo pude evitar. Cuando nació mi niña, quise que se enteraran todos, mis amigos, la gente que me quiere un poco. Mi hija es otra cosa.
   -¿Pero cómo eres tú?
   -Una persona completamente normal, como cualquiera. Quizá un poco introvertido, y sincero siempre que puedo. A veces, no podemos serlo del todo, por una serie de condicionamientos, porque tenemos que vivir con los demás. ¿Y sabes por qué soy normal, como cualquiera? Pues porque a mí no me importaría dedicarme a otra cosa si dejo esto. Ni se me ha subido a la cabeza ni me pasaría nada si volviera a cavar y arar el campo.
   -¿Estabas preparado para asimilar bien todo esto que va implícito en el triunfo, el halago y la vanidad?
   -Quizá sí. Quizá por eso soy sincero, normal.
   -Pero he oido por ahí que eres un presumido, un engreído. Que no hay quien te aguante.
   -¿Quién ha dicho eso?
   -No lo sé. Son comentarios.
   -Entonces no me vale. Dime nombres. Nadie ha podido decir eso, porque es mentira. Mira, yo me porto tal como soy. Entonces, para unos seré engreído. Para otros, estupendo. Y términos medios tendrás los que quieras. Yo no he cambiado nada, no me ha cambiado todo esto. Te lo digo con toda sinceridad, con el alma en la mano. Ahora, el que lo creas tú o lo crean los demás es otro problema. En cualquier caso, no es mi problema.
   -¿Te has preguntado alguna vez qué haces en esta vida?
   -Pues, como tú, vivir. ¿Te parece poco? Quiero vivir mucho, y vivir tranquilo conmigo mismo. Yo no predico con mensajes como hacen otros. Mensajes tópicos y trasnochados, que luego la gente cree sinceros. Bueno, no toda la gente. Yo también podría hacer esas canciones. Tengo muchas compuestas, y te aseguro que es muy fácil.
   -A lo mejor tienes miedo al ridículo…
   -No, no es eso. Otros no lo tienen.
   -O a lo mejor son muy malas…
   -Eso lo dirás tú.
   -No, no… Digo a lo mejor, porque no las conozco.
   -El problema no es eso. Predican unas cosas y luego hacen todo lo contrario. Yo prefiero no predicar nada, y servir de ejemplo. Procuro que mi vida, precisamente la privada, sea un ejemplo. Un ejemplo de conducta recta, de perfeccionamiento, de honradez. No sé si lo estoy consiguiendo, si es realmente así, pero eso es lo que intento. Esa es mi política, y no ser de derechas, de izquierdas o del centro. Claro que a lo mejor esto es mucho más difícil que lo otro.
   -Pero ¿no te crees el número uno?
   -Yo he dicho que por encima de mí no está nadie.
   -Nino, estás casi empezando. Sólo has tenido un par de discos de éxito…
   -Yo te digo que no hay números unos. Que no existen. Sólo hay un número uno: Dios. Y es un ideal que no se puede comparar con nadie. Los demás estamos al mismo nivel. A mí me dijeron cuando empecé a grabar discos que yo tenía que subir para que bajase otro. Yo llegué y no bajó nadie. Quiero decir que no ha cambiado nada, que todos están en su sitio , que hay sitio para todos, para muchos más.
   No sé si habrá quedado algo en el tintero. Entre líneas, muchas cosas. No soy nadie para juzgar a Nino, ni pontificar sobre su vida, su sinceridad y si tiene razón. Que triunfe con «Un beso y una flor» es lógico, porque le sonríe el éxito. Si es sincero, si después de leer esto cambia alguien de opinión, es algo muy subjetivo. Las conclusiones, al final. Como en el balance de una vida. Como cuando cae el telón. Aquí se insinuaron una serie de temas y de cosas para que juzgue cada uno a su manera. Sólo sé que soy ya un poco amigo de Nino Bravo.